Después de dos horas currando, mi jefe decide que no hay suficientes clientes en el restaurante, y que sobramos unos cuantos camareros. Cobro 8 pavos la hora, con lo que me parece surrealista haber ido hasta allí para nada, por ese dinero prefiero quedarme en casa durmiendo, y así se lo digo.
Él decide sacar su vena de maricona más que loca y empieza a chillarme un montón de estupideces que alguien debió de enseñarle cuando le ascendieron a encargado.
Me doy la vuelta y le dejo con su rollo. Y mientras bajo las escaleras sólo trato de recordar la receta del napalm casero que utilizaba Tyler, mientras fantaseo con ver esta mierda de sitio volando por los aires.
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